viernes, octubre 13, 2006

Plaza de Armas

Pinceles luchando por sus derechos y tradicionales caballitos en blanco y negro

Los pintores de Plaza de Armas han luchado desde 1979 contra los abusos de la dictadura y hoy pelean por sobrevivir en un sistema económico de mercado que los acecha. Y los fotógrafos de la plaza trabajan para mantener viva las tradiciones.
Aquí la historia de Efrén Cortés, pintor, y Roberto Espinoza, minutero, quienes son el reflejo de la historia de este lugar.


Hace un año los pintores de la Plaza de Armas se sublevaban por medidas del alcalde Alcaíno, quien pretendía reducir el número de artistas en el lugar, a través de un concurso. Para ellos esto era desconocer todo sus méritos y esfuerzos para llevar el arte a las calles desde 1979. Y aunque siguen exhibiendo sus emociones y sentimientos expresadas en colores, muchas veces han tenido que dejar sus pinceles y mostrar sus puños para poder quedarse allí.
Al principio eran la mayoría gráficos y vendían postales y tarjetas sobre los derechos humanos y de los exiliados. Había hombres y mujeres; 18 en total.
En 1982 llega Efrén Cortés, quien vivía en Vallenar. “Tuve una infancia normal, aunque muy pobre. En el norte se ve mucha pobreza y mi familia no era la excepción”, dice. En el colegio San Francisco, un profesor de arte le despertó su interés por la pintura. Luego del colegio decidió estudiar diseño gráfico en publicidad en el Instituto del Pacífico. Así comienza su carrera ligada a las artes visuales. En un principio ejerció como diseñador gráfico independiente, y luego llegó a la Plaza de Armas. “En este lugar había muchos gráficos y pintores. Creo que es evidente que aquí se reúne toda la esencia social de Chile. Tú ves ‘afuerinos’, como yo, que vienen en busca de mejor vida, ves extranjeros, gente de clase baja, media y alta, etc. Por eso muchos nos interesamos en venir a vender arte aquí.” Y así han visto pasar la historia de Chile y los cambios que han sucedido, desde la plaza. Por eso hoy les duele que el alcalde intente sacarlos.
Para Efrén Cortés y varios pintores que están hace mucho tiempo, el hecho histórico más importante que han vivido en la Plaza de Armas fue cuando ganó el “NO” para el plebiscito de 1988. “Imagínate, estaba la cagá’. Esto fue una fiesta. La gente celebraba, muchos lloraban de felicidad. ¡Estaba lleno! Todos festejábamos, era una liberación. Muchos tomaban y reían. Tal vez fue el carrete más grande y emocionante que he vivido”, dice Efrén mientras ríe. También recuerda como uno de los fundadores del lugar, el pintor Pablo Jofré, se subió arriba de un “guanaco”, mientras la gente no dejaba que se moviera el vehículo. Se paró en el techo y mostró una imagen grande de su hijo. Varios reporteros lo fotografiaron. Aquella foto recorrió el mundo.
Pero cuando llegó Efrén por primera vez no era tan fácil estar. La dictadura de Pinochet ya estaba instalada desde 1973. Y el arte que acusaba los abusos de ese gobierno, era silenciado por militares. “Muchas veces venían a golpearnos. Nosotros hacíamos postales aludiendo a los derechos humanos y a la violencia que había en Chile. Por eso no éramos bien recibidos por los milicos”, cuenta Cortés. Varias veces él terminó golpeado y en la cárcel. Porque además, al poco tiempo de llegar, fue dirigente sindical de los pintores. Su personalidad atrayente, fuerte como la de un líder, pero a la vez sensible, hizo que no le temiera a los golpes y siempre estuviera abogando por sus derechos.
Actualmente hay treinta y dos pintores. De ellos, quedan doce de los fundadores. Los demás, la democracia y el sistema económico de mercado los llevó a ese lugar. Efrén dice que “con el retorno a la democracia, de a poco empezó a llegar gente que veía esto como un buen negocio. Varios no son pintores y si los observas nunca están pintando. Sólo encargan las pinturas y las revenden a mayor precio.” Por eso dice que cada vez se valora menos el arte que ellos hacen.
Pero estos no son los únicos cambios que han vivenciado. La Plaza de Armas es socialmente distinta. Antes no se veían peruanos rondando por el lugar o sentados viendo como pasa el día. La inmigración se masificó en el año 2000. También, según el pintor “ahora ves más colores, más moda, mas diversidad. En los ochenta todo era muy gris, plano.”.
El comercio es mayor. El paseo Ahumada, los restaurantes, el Portal Fernández Concha han crecido considerablemente. Y esto hace aún más atrayente a este lugar: a pesar de la globalización, el crecimiento del mercado, aún conserva las tradiciones chilenas, como lo son los pintores, los fotógrafos con sus caballitos de madera, las personas caminando y disfrutando del lugar.

Fotografiando con una minutera

Cerca de los pintores, un joven acompañado de una mujer, pregunta: “¿Nos fotografía a los dos por favor?” Roberto Espinoza (51 años) responde que sí. Los jóvenes se sientan en un banco y sonríen. “Mil pesos serían. Mañana está revelada la foto.”
Roberto es fotógrafo. Tiene un pequeño puesto, con una minutera que es una máquina fotográfica antigua y que saca en blanco y negro. Y en su cuello cuelga una cámara manual más moderna.
“Yo soy un minutero, más que un fotógrafo. Además que yo no he estudiado nada, sólo aprendí este trabajo ayudando a mi tío, quien había heredado esto de mi abuelo”, dice Roberto. Este trabajo se ha pasado de generación en generación.
En un comienzo, a principios del siglo XX, la fotografía era muy valiosa. Llegaban las cámaras de Europa, y los pocos que sabían usarlas eran los que fotografiaban a familias enteras. De a poco se dieron cuenta que era un buen negocio. Y con la masificación y el cada vez mayor comercio con el exterior, las herramientas estaban más disponibles. Así nacieron los minuteros, quienes se instalaban en lugares de alta concurrencia, como las plazas. “En cada Plaza de Armas de las ciudades de Chile hay un minutero”, asegura Roberto.
Hoy la modernización no ha hecho desaparecer este rubro. Aunque es cada vez más complicado mantener el negocio, Roberto Espinoza dice estar feliz con lo que hace: “La minutera es la madre de todas. A todos les gusta fotografiarse, y en blanco y negro igual. Es algo tradicional. A los gringos les gusta también fotografiarse en blanco y negro, con la minutera”.
Y los caballitos de madera también son tradicionales. Muchas familias chilenas tienen una fotografía de sus hijos sentados en los caballos, vestidos de guaso. Es parte del folclore.
Él también llegó en el ‘80 a la Plaza de Armas a trabajar. Vivía en el Salto del Laja. Se vino a los trece años, cuando su padre murió, a Santiago a trabajar.
Antes trabajaba esporádicamente en diferentes lugares, como restaurantes, negocios de ropa. Juntó dinero y le compró el puesto a su tío. Desde ahí que sigue en el lugar.
En la época de Pinochet, nunca tuvo problemas con los militares ni carabineros. “Yo siempre me mantuve al margen de todo. Nunca anduve peleando y alegando contra la dictadura. Por eso no me hicieron nada. Pero sí vi mucha violencia.”, cuenta Espinoza.
Pero para él lo más impactante que ha vivido en la plaza, no ha sido la violencia en la época de la dictadura, ni los festejos para la victoria del “NO”, sino la muerte del padre Faustino Gazziero, el año 2004. “Yo estaba trabajando como siempre cuando veo un alboroto al frente de la catedral. Una persona grita que alguien había asesinado al padre. Fue impactante. Jamás pensé que alguien podría matar al padre”, cuenta el fotógrafo.
Rodrigo Orias asesinó al padre Gazziero, después de que se había confesado con él, alrededor de las 6 de la tarde el 24 de julio de 2004.
Pero la vida de Roberto Espinoza sigue igual. Se levanta todo los días a las 8 de la mañana. Vive en La Reina con su esposa y tres hijos. Ninguno se ha interesado por la fotografía. “No están ni ahí. Yo voy a buscar a alguien que le interese esto para que lo herede. No voy a obligar a mis hijos a hacer algo que no quieran”, dice.
Así se mantendrá las tradiciones en la Plaza de Armas. En blanco y negro estarán los pintorescos caballitos y la minutera enfrente, para que sigan presente en los libros de fotografías de cada familia chilena.

domingo, octubre 01, 2006

¡Escucha Chile!, tenemos nuevo Premio Nacional de Literatura

Estaba esperándolo a la entrada del bar-restaurant Off The Record. Un auto gris paró. Una señora se bajó del auto y abrió la puerta del copiloto. José Miguel Varas bajó con dificultad. “Que te vaya bien, cuídate”, le dijeron. Yo me acerqué rápidamente antes de perderlo: “Don José Miguel Varas. ¡Hola! Soy estudiante de Periodismo de la Universidad Diego Portales. Quisiera saber si después de su entrevista podría hablar con usted”. El auto no se había movido. Estaban todos mirando desde el auto como para asegurarse que este extraño no le iba a hacer nada. Él levantó la cabeza y sonrió. “Bueno, cuando esté listo, ahí vemos”. Tenía una entrevista para Canal 13 Cable, allí en el bar. Luego de eso, el periodista-escritor, como se define él mismo, habló con la gente que lo fue a ver. Se le notaba cansado. Tenía los ojos rojos. El 21 de agosto recibió el Premio Nacional de Literatura. Después de eso las entrevistas y ceremonias lo invadieron. Alguien del público le preguntó: “¿No se cansa de tantas entrevistas?”. Y el periodista le contestó: “Cuando a uno lo someten a tres entrevistas al día, ¡es como dar exámenes tres veces al día! Porque uno tiene que contestar preguntas, tiene que contestar de una manera coherente y tratar de parecer inteligente, entonces es una cosa que exige mucho”, y todos rieron.
José Miguel Varas es un ejemplo del periodismo de excelencia. Pero más allá de eso: es un humanista, que ha dado su vida entera a la verdad, a las letras, a la novela, a los cuentos, a la radio. Trabajó en Televisión Nacional y tuvo que dejar el país, recomendado por sus amigos más cercanos, tras el golpe militar del 11 de septiembre de 1973. Pero no se quedó de brazos cruzados. Hizo un programa, junto a varios periodistas, llamado “Escucha Chile”, en Moscú. También fue editor de la desaparecida revista “Rocinante”. Su carrera como escritor es mucho más larga: su primer libro lo escribió a los 18 años, “Cahuín”. Ha escrito muchas biografías, cuentos y novelas. El más destacado por la crítica es “El correo de Bagdad” publicado en 1994.
El periodista-escritor habla con la gente. Muchos se preguntan cómo se puede congeniar el periodismo con la literatura. Él responde: “Yo me siento cómodo en el cuento y me siento cómodo en la crónica. Y a veces no hay mucha separación.”
En un artículo publicado en “Rocinante” en abril de 2004, el Premio Nacional de Literatura escribe una crítica al libro de José Miguel Ibáñez, “Sus mejores poemas”. Una antología de Pablo Neruda. Varas termina contando un cuento. Su texto se transforma en momentos e historias que entrelaza, sobre su vida, su amistad con Neruda, su pasión por la poesía, y el libro de Ibáñez. Más que una crítica, en la cual dice que el libro “merece la pena”, transforma ese espacio que se le dio en la revista en una narración poética, nostálgica, emocional, de momentos imborrables para él. Como cuando se inicia en la poesía: “Al final de la recitación, que escuchamos en un silencio hipnótico, sorprendente en los barrabases silvestres que éramos, nuestro profesor nos dijo que lo que acababa de leer era el Canto de Amor a Stalingrado, de Neruda. (…) Pero el Stalingrado leído por Rudencio (el profesor) me produjo otra impresión: aquel ritmo grave, insistente, el tono solemne, las oleadas de imágenes extrañas, sucesivas (…) Era otra manera de mirar la guerra (…).” José Miguel Varas conoció a Neruda, y ha escrito un libro de biografía sobre él. Y es que él es un hombre sensible, que logra captar la esencia y el poder de las palabras. Por eso una crítica de un libro la transforma en un paisaje literal hermoso.
Los invitados le siguen haciendo preguntas. Después de una hora decide terminar la “tertulia”.
Aprovecho un instante y me acerco. Me reconoce. Yo le digo: “Sé que está muy cansado, así que le haré dos preguntas, nada más”. Me mira nuevamente con sus ojos rojos y acepta. Tomo mi grabadora y pregunto: “¿Cómo cree que está el periodismo hoy en día?”
“El periodismo está muy enfermo en Chile porque existe una monopolización de los medios. Y eso es negativo. Porque significa que dos o tres grandes empresas determinan qué es lo que la gente puede saber y qué es lo que no debe saber. De hecho hay un sistema de censura. Aunque esta censura se ejerza con cierta sutileza. No es que cierren completamente la información. Pero hay noticias que son muy importantes y que en un momento dado no están en el primer lugar que deben ocupar. Te pongo un ejemplo: el conflicto mapuche que ocurrió cuando hubo una gran huelga de hambre. Tuvo que haber una huelga de hambre donde estuvieron a punto de morirse estos mapuches para que la noticia realmente apareciera. Pero pasaron dos o tres semanas en que ningún medio informativo registraba lo que estaba pasando.”, dice Varas.
Y hago mi última pregunta: “Usted dijo en La Nación que si ganaba el premio Nacional de Literatura se iba a comprar una cabaña en la playa, ¿lo va a hacer?”
“Está dentro de lo posible, pero he descubierto que las cabañas en la playa están muy caras, así que, a lo mejor, me voy a ir a un cerro, me voy a ir al campo. A una parte más barata”, me dice mientras sonríe.
Una leyenda viva del periodismo y la literatura. Es bueno que Chile reconozca a sus escritores, son ellos los que mantienen vivo nuestro lenguaje. Tal como lo ha hecho este humanista por excelencia.