domingo, septiembre 10, 2006

Jaime Collyer: Un hombre encerrado en su libertad

¿Alguna vez has querido dejar el mundo, esconderte e instalarte a pensar en ti? ¿Para pensar en la vida, y en los temas que realmente te importan? Seguramente luego miras por tu ventana o el reloj y te das cuentas que ya estás amarrado a un sistema. Si decidieras hacer eso tendrías que renunciar a gran parte de tu vida, como lo es tu trabajo, que sin él no tendrías con que alimentarte. ¿Me creerías que existe una persona que ha logrado desconectarse del mundo y aún así poder vivir en él?
Jaime Collyer es un escritor chileno. Pertenece a la generación de escritores llamada “La nueva Narrativa”, que comenzó a principios de los noventa, con la reinstalación de la democracia en Chile. Hoy en día, sigue escribiendo y editando libros. Vive en Santiago, en la calle Eliecer Parada 2384. Una casita que parece hecha para un cuento de niños. Con una entrada chica y unas enredaderas que caen y envuelven la casa. Su living tiene una mesa de centro de madera con un libro de Marylin Monroe. En la pared, una chimenea chica y dentro, en vez de cenizas y leña, tiene una máquina de escribir viejísima, puesto como un adorno.
Su casa es su territorio. Nunca sale por las noches a tomarse unos tragos y sociabilizar con otros escritores en algún pub de moda. No aparece en los medios. Él dice que “yo creo que me estoy volviendo autista. O loco. Y ni me interesa (salir)”.
Estudió psicología en la Universidad de Chile, pero no era su verdadera vocación. No le gustaba que a un paciente le tenga que preguntar: ¿escuchas voces? “O sea de partida te están dejando poca alternativa. Te sitúan en un lugar donde supone la locura. Pero preferí estar en el lado de la locura”, dice Collyer. Para él, toda la inspiración está dada en su propia mente. Sus libros nacen en ese lugar que contiene millones de neuronas y que tan poco conocemos.
Un día, en la década del ’80, leyó una entrevista a Hemingway, el cual decía que, para mantener un ritmo de escritura, decidió escribir 500 palabras al día. Y si iba de pesca, escribía 1000 palabras el día anterior, para irse sin culpa. Y Collyer decidió tomar el mismo método. Y desde ahí que pasa el tiempo en su casa, las 24 horas, escribiendo 500 palabras y si se entusiasma escribe hasta agotarse. No ve televisión. Y su única fuente de actualidad son los conductores de taxis. “A ellos les gusta hablar mucho y contarte de sus vidas y de la actualidad”, dice. Pero sólo sale de su casa en ocasiones imprescindibles.
Su pequeño mundo para algunos, es un lugar fecundo de infinitas ideas y maravillosos pensamientos sobre la vida y de vidas de ficción, que las toma y las escribe para que no se pierdan. Nada más que un pequeño estimulo, un tema le sirve para escribir una historia, y 500 palabras. “Todo está en mi mente”, dice con una tranquilidad y calidez, que al momento de verlo piensas que lo conoces hace mucho tiempo.
En el patio trasero tiene una lápida, “y yo pienso ¿por qué está esa lápida? ¿Habrá un cadáver? ¿O el fantasma del abuelo estará dando vueltas (por la casa)?, ¿Será un fantasma benigno, o maligno?" Esos son los temas que a él le motivan. En realidad, la lápida es del dueño de la casa. La hicieron por la muerte de su padre, pero nunca la usaron porque era muy grande.
El ser escritor le ha costado su matrimonio. Pero es un sacrificio que estuvo dispuesto a asumir.
Cuando uno mira a Jaime Collyer siente envidia. Cómo un hombre ha podido vivir su vida, desconectado de este mundo superficial, en donde, a personas como él, lo clasifican de “loco” o de “antisocial”.
Yo lo miro y me digo: “¡Qué tipo más libre!”